Vivimos en una sociedad donde la educación dejó de ser una noble búsqueda del conocimiento para convertirse en un trámite más dentro del catálogo de productos del capitalismo. Antes, la educación tenía un tufillo romántico, una cosa de idealistas que creían en el pensamiento crítico y en la exploración del saber.
Ahora, es más bien una línea de ensamblaje diseñada para fabricar empleados funcionales y consumidores felices, todo en combo dos por uno, con su respectiva deuda estudiantil de regalo. ¿Y qué tiene que ver todo esto con la Sociedad del Cansancio de Byung-Chul Han? Todo. Absolutamente todo. Porque en esta era de hiperproductividad, la educación capitalista no solo te prepara para el mercado laboral, sino que también te entrena para vivir agotado, ansioso y, preferiblemente, sin hacer demasiadas preguntas incómodas.
La educación capitalista, como buena discípula del sistema, ha perfeccionado el arte de venderse como la clave del éxito. Desde pequeños nos dicen que estudiar es la vía para tener una "mejor calidad de vida", lo que en realidad significa ser explotado con mayor eficiencia y con menos quejas. En este modelo, la educación no es un fin en sí mismo, sino un medio para convertirse en una pieza funcional del engranaje económico.
No se trata de aprender, sino de adquirir habilidades rentables. ¿Para qué perder tiempo en humanidades, filosofía o arte cuando lo realmente útil es ser un teso en hojas de cálculo y en técnicas de optimización del rendimiento laboral? Ah, pero eso sí, que no falten los seminarios motivacionales sobre liderazgo, que ahí sí es donde está la verdadera magia.
Byung-Chul Han nos pinta una sociedad adicta al rendimiento, donde la sobreexigencia es la norma y el descanso es casi un pecado capital. En este mundo, la educación es solo otro dispositivo de producción de seres humanos extenuados. Desde el colegio nos bombardean con la idea de la excelencia académica, la competencia y el esfuerzo incesante. Si no sobresales, no vales. Si no produces, eres un fracaso. Y así nos vamos adentrando, sin darnos cuenta, en una existencia en la que el agotamiento es la prueba irrefutable de que estamos haciendo las cosas bien. No sea que uno termine de vago, contemplando la vida, ¡qué horror!
El problema no es solo que la educación esté moldeada por las necesidades del mercado, sino que además perpetúa desigualdades. No es lo mismo estudiar en un colegio donde hay hasta piscina climatizada que en uno donde apenas hay pupitres sin patas. Pero, claro, el discurso oficial insiste en que "el esfuerzo lo es todo". Como si la meritocracia no fuera más que un cuento de hadas diseñado para que los que ya tienen ventajas se sientan cómodos en su pedestal. Que no se diga que el que no progresa es porque no quiere, cuando todos sabemos que con hambre y deudas hasta las ideas se tambalean.
Además, el bombardeo tecnológico que define a la Sociedad del Cansancio también permea la educación capitalista. El aprendizaje ya no es un proceso pausado de reflexión, sino un cúmulo de videos explicativos, plataformas de enseñanza automatizadas y pruebas estandarizadas que miden lo bien que puedes repetir lo que se supone que debes saber. La hiperconectividad nos mantiene siempre "en línea", siempre "aprendiendo", siempre "mejorando nuestras habilidades". Y así llegamos a la paradoja del siglo XXI: nunca hemos tenido tanto acceso al conocimiento y, al mismo tiempo, nunca nos ha importado menos pensar por nosotros mismos. Total, para eso existen los influencers educativos en TikTok.
Y ni hablar de la relación entre educación y valores. En este modelo, la formación ciudadana y la ética son decoraciones bonitas pero innecesarias. Lo que realmente importa es la eficiencia, la optimización y la maximización de beneficios. No importa qué tan bien funcione un sistema si deja a su paso generaciones de personas sin sentido crítico, con ansiedad crónica y con una vida que se reduce a perseguir títulos, promociones y nuevos gadgets para compensar la falta de propósito. Porque claro, no hay nada que un nuevo celular o una suscripción a una masterclass no pueda arreglar.
Pero claro, la educación capitalista no es un villano de caricatura. También ha traído beneficios: acceso a oportunidades laborales, desarrollo tecnológico, movilidad social (para algunos afortunados) y un sinfín de innovaciones que han transformado la manera en la que vivimos. Sin embargo, si el precio de todo esto es la alienación, el estrés y la perpetuación de un sistema que nos exprime hasta el cansancio, entonces quizá es momento de preguntarnos si realmente vale la pena.
En conclusión, la educación capitalista y la Sociedad del Cansancio son dos caras de la misma moneda. Nos preparan para producir, consumir y vivir en un estado permanente de agotamiento. Si la educación es la clave del futuro, quizás es hora de reescribir el guon y pensar en un modelo que valore algo más que la simple rentabilidad. Porque al final del día, ¿de qué sirve tanta preparación si el mayor aprendizaje que nos deja es cómo sobrevivir al desgaste constante? Pero bueno, no hay que quejarse, pues para eso existen los talleres de mindfulness empresarial.
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