La historia entre Irán e Israel en la que pasaron de ser aliados secretos a enemigos mortales

Entre Irán e Israel hay una guerra sin paz: odio, misiles y muerte en nombre del pasado, la fe y la obsesión por borrar al otro antes de entenderlo

Por: Samuel Enrique Fierro García
junio 24, 2025
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La historia entre Irán e Israel en la que pasaron de ser aliados secretos a enemigos mortales

«El tremendo apocalipsis cautivo de los silos de muerte de los países más poderosos está malbaratando las posibilidades de una vida mejor para todos», escribió García Márquez en El cataclismo de Damocles, donde advertía, además, que «la preservación de la vida humana en la tierra sigue siendo todavía más barata que la peste nuclear».

La historia del conflicto entre Israel e Irán no empezó con una bomba, sino con una fotografía diplomática. En 1948, cuando el mundo aún olía a escombros de guerra, Israel surgió del humo como una promesa dolorosa: un refugio para los sobrevivientes del Holocausto y, a la vez, una herida abierta en la geografía árabe.

Irán, por entonces bajo el cetro occidental del monarca Sha Mohammad Reza Pahlaví, no solo reconoció al nuevo Estado, sino que le estrechó su mano. En principio, Irán e Israel fueron aliados discretos, cómplices en la sombra mientras los vecinos miraban con sospecha. El enemigo aún no se había sembrado.

Pero en 1979, la tierra tembló. No con terremoto, sino con revolución. La llegada del ayatolá Jomeini —Líder político y religioso iraní— barrió con el viejo orden y cambió la brújula del país, y determinó que Irán sería la vanguardia del islam Chií, una antorcha contra el sionismo y el imperialismo. En tanto, Israel, de ser aliado oculto, pasó a ser el enemigo eterno.

Pues, en nombre de Alá, Irán rompió lazos con Israel —al que llamó el pequeño Satán, mientras el gran Satán (EE. UU.) tenía oficinas en Washington— y lo religioso se volvió político y lo político, sagrado; en tanto que el conflicto dejó de ser coyuntura y se transformó en cruzada. La enemistad tomó forma de dogma.

Desde ahí, Irán no reconoce a Israel e Israel ve en Irán no solo una amenaza, sino una obsesión. Como dos trenes condenados a colisionar, se lanzaron a un conflicto que sigue generando estragos en todo el planeta. Israel teme que Irán construya una bomba atómica; Irán teme que Israel no le permita jamás desarrollarse en paz. Y cada paso de uno es interpretado por el otro como un intento de aniquilación.

Apenas tres años después, en 1982, Irán comenzó a regar la región con aliados armados. Nació Hezbolá —partido político y grupo paramilitar musulmán— en el sur del Líbano, una semilla Chií que crecería con fusil en mano y con la vista fija en Israel. La línea de combate ya no solo era entre dos Estados, sino entre una nación y una constelación de milicias.

Así pues, el siglo XXI trajo nuevas armas y viejas paranoias. En 2006, Israel y Hezbolá se enfrentaron en una guerra que duró apenas 34 días, pero dejó 1.191 muertos libaneses —la mayoría civiles— y 165 israelíes. Irán fue acusado de poner las armas, el dinero y los muertos lejanos. Israel, de masacrar sin medida. El equilibrio de la violencia se volvió costumbre.

Entre 2009 y 2015, Irán avanzó en su programa nuclear con el sigilo de un ladrón y la obsesión de un alquimista. Israel denunciaba que el enriquecimiento de uranio no servía para encender luces, sino para apagar ciudades. En 2015, tras años de negociaciones, se firmó el JCPOA —el famoso acuerdo nuclear— con la promesa de frenar la bomba iraní a cambio del levantamiento de sanciones. Por un momento, el mundo respiró.

Empero en 2018, Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, rompió unilateralmente el acuerdo, como quien rasga un contrato con una sonrisa. Irán, herido y furioso, volvió a enriquecer uranio. La diplomacia entró en coma.

En 2020, el conflicto dejó de ser estrictamente geopolítico para convertirse en espionaje sangriento, siendo que el científico Mohsen Fakhrizadeh, padre del programa nuclear iraní, fue asesinado en una carretera al este de Teherán. Israel nunca lo confirmó, pero todos lo supieron. Un crimen quirúrgico, diseñado no solo para matar un hombre, sino para advertir que ningún conocimiento queda impune.

Los años siguientes fueron una sinfonía de golpes silenciosos. En 2023, los cielos de Siria ardieron con los bombardeos israelíes contra bases iraníes y comandos de Hezbolá. Nadie declaraba la guerra, pero todos la ejecutaban. Era una guerra en presente continuo.

Y entonces, abril de 2024. Como si el reloj hubiese dejado de contar minutos y empezara a medir pulsos, Irán hizo lo impensable: lanzó más de 300 drones y misiles directamente sobre Israel. Por primera vez, el ataque no vino desde Líbano ni desde Gaza, sino desde el propio suelo iraní.

Israel, con la ayuda de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, derribó casi todos los proyectiles, y una semana después bombardeó instalaciones militares en Isfahán, donde duermen los planos de la bomba iraní. Irán aseguró que los daños fueron mínimos, pero en su tono vibraba la advertencia: «No hemos terminado». El mensaje había sido enviado. El umbral había sido cruzado.

Hoy, Israel no tolera que, presuntamente, Irán financie a Hezbolá en Líbano, ni a Hamás en Gaza, ni a los Hutíes en Yemen. Irán no tolera que Israel vuele sus generales en Siria ni sus científicos nucleares en Teherán. En todo caso, mientras los generales planifican y los diplomáticos posan, los pueblos mueren de espera, siendo que en Tel Aviv los refugios se han vuelto habitaciones secundarias; en Teherán, los apagones no son metáforas, sino rutina; en Gaza, la tierra ya es un cementerio sin cruces, y en Líbano los niños dibujan cohetes en vez de mariposas.

De ahí que, en medio del polvo y del orgullo, hay una pregunta que nadie se atreve a hacer: ¿Y si el enemigo no es el otro, sino la idea de que el otro debe desaparecer? Bien escribió un viejo sabio en una lengua olvidada que «cuando dos pueblos creen tener razón absoluta, lo único absoluto es la muerte».

Entre Irán e Israel ocurre el pasado que no perdona. Ocurre el miedo que se ha hecho doctrina. Ocurre la costumbre de hablar con pólvora y responder con muerte.

También le puede interesar:

Anuncios.

Anuncios.

0
Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus