Petro no está solo en el arte de las incoherencias presidenciales. En cada consejo de ministros televisado parece proponerse superarse a sí mismo. Ya es norma que, dentro del orden del día, haya espacio para descalificar a sus dóciles ministros. Pero la joya de la semana pasada fue su ya célebre: “nadie que sea negro me va a decir que hay que excluir a un actor porno…” Incoherencia y agresión. Ni el ministro de la Igualdad ni la vicepresidenta respondieron. Salvo la protesta del ex canciller Murillo, el silencio reinó. Y no, la alusión racista no suma.
Pero, insisto, Petro no es el único. Resulta casi increíble que individuos con acceso a la mejor información, rodeados de asesores brillantes y con años de experiencia acumulada, cometan errores que rayan en la estupidez. Sucede. Y no son casos aislados. Todo apunta a una misma causa: la arrogancia del poder… adobada con ignorancia. Hablan, escriben y deciden con el hígado.
Uno de los ejemplos más recientes es el del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien decidió enviar una carta personal al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, advirtiéndole que impondría un arancel del 50 % a todos los productos brasileños. ¿El motivo? El supuesto “hostigamiento político” contra Jair Bolsonaro, su aliado ideológico, actualmente procesado por alentar el asalto a las instituciones en Brasilia.
El problema no es solo el tono bravucón, sino la lógica torcida: usar herramientas económicas internacionales como mecanismo de presión personal
Lula, muy agradecido, por supuesto. Lejos de debilitarlo, el gesto fortaleció su imagen, ya deteriorada, en Brasil. Respondió con dureza: “Ningún gringo me va a dictar órdenes”. El nacionalismo se inflamó, Bolsonaro quedó más aislado y las relaciones diplomáticas sufrieron. Qué brillante jugada.
Y eso que, por espacio, no entro en cómo se está resquebrajando el movimiento MAGA. Trump, siempre convencido de su astucia sin rival, decidió que el asunto Epstein era irrelevante. Grave error. A las bases se les vendió la idea de que la red de abuso sexual de menores estaba vinculada al “establecimiento” demócrata. Pero todo apunta a que el propio Trump, admirador del pederasta, participó de las juergas. ¿Y ahora?
Otro caso digno de análisis es el de Elon Musk. Cohetes, robótica, inteligencia artificial, internet satelital… todo lo ha tocado. Pero su decisión de apoyar abiertamente a partidos de extrema derecha en Europa, en especial en Alemania, ha puesto en jaque a Tesla. Su marca, antes emblema de innovación progresista, ha perdido encanto entre ambientalistas y tecnófilos liberales. En X (antes Twitter), se burla de refugiados, ataca la agenda verde europea y coquetea con el AfD. Resultado: en Alemania, uno de sus mercados clave, las ventas cayeron 17 % en el primer semestre de 2025. ¿Cómo pudo ser tan bruto? Tal vez debió preguntarle a Grok, su propia IA. Los únicos agradecidos: los fabricantes chinos de vehículos eléctricos.
El caso de Boris Johnson en el Reino Unido también sigue dando de qué hablar. Durante la pandemia, mientras millones de británicos cumplían confinamientos estrictos, organizaba rumbas en su residencia oficial. Mintió al Parlamento y a la prensa. Cuando la verdad lo alcanzó, se aferró al cargo hasta que su partido lo sacó. El costo fue alto: pérdida de credibilidad del gobierno y desconfianza generalizada hacia las instituciones. Otro más que creyó que el poder era eterno.
Y hay otros, más modestos, pero igual de significativos:
- En 2013, el entonces procurador Alejandro Ordóñez destituyó al alcalde Petro. Quiso lucirse como defensor de la moral. Terminó catapultando al futuro presidente. El bumerán del poder mal usado.
- Más recientemente, el senador estadounidense Bernie Moreno lanzó una advertencia absurda: comparó a Colombia con Brasil por supuestos abusos judiciales, refiriéndose al caso Uribe. Ignora que en ambos países la justicia es, al menos formalmente, independiente del Ejecutivo. Y, de paso, ignora que el juicio contra Uribe aún no se ha fallado. Lo mínimo: esperar la decisión. Lo esencial: respetarla.
La sensatez anda escasa. Pero no todo está perdido. Se lanzó a la carrera presidencial Sergio Fajardo, un hombre razonable. Hay otros pocos precandidatos que piensan, que aspiran a gobernar sin sectarismos. Necesitamos que uno, una, de esos llegue.
Gobernar es, ante todo, saber escuchar, saber corregir y saber cuándo callar.
Del mismo autor: Las ventajas de ser un cucho y las trampas del buen trato
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