A la media noche del 29 de agosto de 1996 el ejército de Salvatore Mancuso entró a Mis Esfuerzos, una modesta finca en Caracolito, una vereda ubicada a las afueras del Copey. De allí sacaron arrastras a César Gregorio Araujo Escorcia y lo montaron en una camioneta de estacas. Tenía 24 años y era señalado de ser colaborador del ELN. En ese entonces, Salvatore Mancuso era un forastero en el departamento del Cesar donde manejaba las Convivir Nuevo Horizonte, una figura legal que había nacido en la recta final del gobierno de César Gaviria como autodefensas con armas cortas y radioteléfonos de los finqueros acorralados por la guerrilla. Sin embargo, las Convivir pronto cambiaron su génesis y se convirtieron en las Autodefensas lideradas por los hermanos Vicente y Carlos Castaño que fundaron la primera en Córdoba y Urabá a la que invitaron a formar parte a Salvatore Mancuso.
Pronto Mancuso se propuso conquistar también el Cesar y el municipio del Copey se convirtió en su centro de operaciones. Allí sellaba alianzas, conseguía financiación e identificaba a guerrilleros y posibles auxiliadores dentro de la población civil. Fue así como la familia Araujo entró en la lupa de Mancuso. El primero en caer fue César Gregorio Araujo Escorcia. No sería el único.
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César Julio Araujo y Dulce María Escorcia, los papás de César Gregorio estaban en la finca cuando hombres con insignias en el antebrazo de las AUC se lo llevaron a rastras. El Copey era un pueblo olvidado sin ley ni orden mientras Salvatore Mancuso lo custodiaba. Sus hombres lo patrullaban durante las noches, siendo la media noche la hora en que se cumplían sus órdenes: sacaban gente de sus casas y les hacían interrogatorios que terminaban con cuerpos ultrajados o mutilados.

A César Gregorio Araujo se lo llevaron a una zona apartada, lo apuñalaron y remataron con un tiro de gracia en la frente. La familia Araujo fue a buscar el cuerpo y en, tiempo récord, le dio santa sepultura, aún temerosos de cualquier retaliación.
Los Araujo continuaron viviendo en su finca Mis Esfuerzos
Tras le pérdida de su hijo César Gregorio, la vida para la familia Araujo volvió a la aparente normalidad. Sobrevivían con cuarenta cabezas de ganado, un número irrisorio para los ganaderos, pero suficiente para ellos; se alimentaban de su huerta donde sembraban cebolla, tomate, maracuyá, mamón y sandía.
Los dos años que siguieron a ese fatídico 29 de agosto de 1996 transcurrieron en silencio y con una zozobra que se fue disolviendo cuando se percataron que los hombres de Salvatore Mancuso no iban a regresar. Pero no resultó cierto: el 4 de octubre de 1998 volvieron recargados a la finca Mis Esfuerzos.
Los perros no les ladraron. Regresaron en la misma camioneta de estacas con la misma orden, pero con diferente nombre: Manuel Antonio Araujo, otros de los hijos de los Araujo.
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César Julio Araujo, quien tenía 78 años, tomó su bastón para evitar que se llevaran a su hijo y le pegó en la pierna a uno de los hombres que quería sacar de la casa al único hijo varón que le quedaba. Pero el hombre le respondió con un tiro en su pierna. César Julio Araujo y su hijo Manuel Antonio fueron arrastrados, dejando a su paso un camino lleno de sangre en la terraza. La familia Araujo nunca los volvió a ver. En el pueblo se rumoraba que los habían tirado a la laguna que quedaba cerca al Río Ariguaní donde los paras lanzaban algunos cuerpos que terminaban en boca de cocodrilos.
Como únicos sobrevivientes de la familia Araujo en el Copey quedaron la viuda Dulce María Escorcia, sus hijas Nancy y Mabis y sus nietos. El 4 de octubre de 1998 huyeron hacía Barranquilla, un destino desconocido para una familia que nunca había salido del Copey. Ya en la capital del Atlántico se mudaron a una casa de tablas en la comuna Villa del Rey. Dulce María Escorcia se sumió en una depresión sin retorno y el 4 de abril de 1999, seis meses exactos después de la desaparición de su esposo e hijo, murió de pena moral.
Su hija Nancy terminó cuidando una casa en el barrio El Prado al norte de Barranquilla a donde se trasladó a vivir con sus dos hijos. Atrás dejaron la miseria del barrio Villa del Rey. En El Prado le tocó cuidar una casa en ruinas, sin luz, agua o gas. Su patrón y el dueño de la casa era Jorge Moreno Ojeda conocido como el zar de la seguridad, que hizo de sus empresas de seguridad un emporio con las que haría una fortuna gracias a sus contratos con el Estado.

El pago que le reconocería por cuidar la casa sería el poder habitarla con sus hijos y fue así como Nancy empezó a vivir de la caridad de los vecinos del barrio El Prado que la contrataban para que cocinara los banquetes de sus fiestas y para que le plancharan. Durante las noches le prestaban luz para que pudiera prender el ventilador y su televisor. En 2002, dos años después de que empezará a trabajar con Jorge Moreno, Nancy Araujo recibió su primer sueldo. Eran $200.000 mensuales, pero con trampa de por medio, porque para recibir el pago le exigieron firmar dos contratos a pesar de que recibiría el dinero de uno solo.
Los enredos con la justicia del zar de la seguridad
En 2015 empezaron los problemas con la justicia para Jorge Moreno cuando los ojos de la Fiscalía y el entonces Superintendente de Sociedades, Pablo Felipe Robledo, dejó al descubierto el cartel de sus empresas de seguridad con las que fue señalado de engañar al Estado. Le fueron identificados 252 contratos por un valor de $320 mil millones con la Contraloría, la Fiscalía General, ministerio de Trabajo, ministerio de Hacienda y el ICBF, así como con 13 gobernaciones y 17 alcaldías.
Con los líos de Jorge Moreno empezaron también los problemas para Nancy Araujo y sus dos hijos. En medio de la paranoia y ad portas de una condena, Moreno los echó de su casa enviando a la policía para que hiciera un allanamiento.
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Después del trago amargo que pasaron a manos del Zar de la Seguridad, la familia Araujo buscó acelerar su caso en la Ley de Justicia y Paz, creada en el Gobierno de Álvaro Uribe a la que se habían acogido en 2008. Pero el proceso prosperó hasta 2022 cuando desenterraron el cuerpo del primero de los difuntos de la familia César Gregorio Araujo Escorcia y probaron que César Julio Araujo y Manuel Antonio Araujo estaban desaparecidos.
La masacre de la familia Araujo, un secreto que guarda Mancuso
El 11 de octubre de 2022 arrancaron las audiencias en la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Bogotá, empezaba el cara a cara de los Araujo con los responsables de la masacre a su familia. El primero en hablar fue Jorge 40 quien se remontó treinta años atrás, se acordó de la familia Araujo a quienes ellos consideraron colaboradores del ELN. Aunque les pidió perdón, negó estar implicado y señaló a Salvatore Mancuso quien era el comandante en el norte del Cesar de ser el responsable de la masacre.

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El 17 de julio de 2023 a la familia Araujo le llegó lo que tanto habían esperado. Una carta en la que Salvatore Mancuso aceptaba ser el responsable de haber destruido la familia Araujo y aceptó los episodios dramáticos del 28 de agosto de 1996 y luego del 4 de octubre de 1998. Cuando Mancuso regresó a Colombia en 2024, la familia Araujo esperaba que pudiera dar la ubicación de los cuerpos de César Julio Araujo y Manuel Antonio Araujo, pero Mancuso no hizo. Aunque en la audiencia aceptó los muertos y le pidió perdón a la familia, no dio detalles de lo que les pasó, cómo los mataron, o que habían hecho con los cuerpos. Una pregunta que se mantiene sin responder.
Cuando Salvatore Mancuso fue designado como gestor de paz por el presidente Gustavo Petro, la familia Araujo pensó que conseguirían verdad. Aún más cuando Mancuso regresó a su tierra en Montería, Córdoba, epicentro de sus crímenes como jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), a rendir cuentas en la mesa de diálogo territorial con víctimas dándole así cierre al Proceso de Paz de Santa Fe de Ralito. La rendición de cuentas tuvo lugar en la Universidad de Córdoba donde Mancuso ubicó los bienes que le había entregado a sus víctimas, el paradero de las personas desaparecidas y la verdad alrededor de las masacres, asesinatos y torturas que cometió. Pero dejó por fuera a los Araujo de cuya familia aún hay dos miembros desaparecidos.
Sin verdad, la única reparación para la familia Araujo fue que la Unidad de Restitución de Tierras (URT) les devolvieron Mis Esfuerzos, la finca donde empezó su tragedia hace 30 años mientras Mancuso guarda silencio.
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