La precandidatura de Cepeda deja a la derecha agonizando para las elecciones del 2026

La precandidatura de Iván Cepeda encarna la continuidad del petrismo y, a la vez, el mayor desafío para una oposición obligada a renovarse

Por: Orlando Mora M
agosto 25, 2025
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La precandidatura de Cepeda deja a la derecha agonizando para las elecciones del 2026
Foto: Leonel Cordero/Las2orillas

En el escenario político colombiano pocas veces se presenta una paradoja tan evidente como la que introduce la precandidatura de Iván Cepeda. Para el petrismo, su figura no es simplemente la de un aspirante: es la garantía de continuidad. Ninguno de los nombres que circulan en esa orilla: Pizarro, Bolívar, Quintero, posee el peso simbólico, la coherencia ideológica y la disciplina de Cepeda. Su trayectoria lo ha convertido en custodio del proyecto de Gustavo Petro en el Congreso y, ahora, en el heredero más fiel de su legado. Para las bases, su nombre significa la promesa de un petrismo sin concesiones ni matices.

Esa misma condición, sin embargo, lo transforma en el rival más conveniente para la oposición. Cepeda es la personificación de la polarización: no busca el terreno intermedio ni pretende disfrazar su radicalidad. Con él en la contienda, la elección no será sobre estilos de liderazgo, sino sobre modelos de país. La sociedad deberá definirse entre la consolidación de un estatismo intervencionista, con la confrontación como método político, o una alternativa liberal que reivindique la institucionalidad, la economía abierta y la libertad individual como pilares del progreso.

Desde una perspectiva constitucional, este dilema es aún más claro. Cepeda representa la continuidad de un proyecto que, en nombre de la justicia social, ha relativizado principios esenciales del Estado de derecho: la seguridad jurídica, la separación de poderes, la confianza en la inversión y el respeto por las libertades económicas. Frente a ese escenario, la oposición tiene la obligación histórica de levantar una propuesta que no solo critique, sino que reivindique las garantías consagradas en la Constitución de 1991: la libertad, la igualdad ante la ley, la dignidad humana y la propiedad privada como bases de un orden justo.

Cepeda, en ese sentido, se convierte en una prueba de fuego para la derecha. Su candidatura funciona como un espejo: obliga a la oposición a decidir si se reorganiza en torno a un proyecto moderno, liberal y democrático, capaz de inspirar confianza, o si se dispersa en personalismos estériles y nostalgias improductivas. En el primer caso, Cepeda sería el catalizador de su derrota; en el segundo, el mártir perfecto que fortalecería al petrismo.

El desenlace depende menos de Cepeda que de sus contradictores. Él ya representa con claridad lo que ofrece: continuidad radical. El verdadero interrogante está en sí la oposición será capaz de articular un relato liberal renovado, que hable de libertad económica sin miedo, de justicia sin populismo, de derechos sin privilegios, y de un Estado que garantice, pero no suplante, la autonomía de los ciudadanos.

Porque ahí está la paradoja que la historia pone sobre la mesa: el heredero más leal de Petro es, al mismo tiempo, la oportunidad más clara para que la oposición abandone la reacción y asuma, por fin, la tarea de gobernar con visión de futuro. Cepeda puede ser la carta triunfante del petrismo o el catalizador de su derrota. Todo dependerá de si la derecha entiende que no basta con resistir: debe proponer, liderar y convencer.

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