La tragedia que marcó la vida de Juan Fernando Quintero, el crack que selló la clasificación al Mundial

En 1995 su papá fue al Ejército para aclarar su situación militar y ese día se lo llevaran los militares, 30 años después no se sabe qué pasó con él

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septiembre 09, 2025
La tragedia que marcó la vida de Juan Fernando Quintero, el crack que selló la clasificación al Mundial

A los 60 minutos de aquel partido en el que Colombia se jugaba la clasificación al Mundial, el técnico movió la banca. Entró Juan Fernando Quintero y salió James Rodríguez. En menos de diez minutos, el zurdo de Medellín cambió la historia: primero, un pase de seda para el segundo gol; después, un zurdazo bien puesto que selló la victoria frente a Bolivia. El estadio se rindió a sus pies. Lo aplaudieron como a los cracks de antes, como a los que llevan en los botines la magia que no se entrena.

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Ese mismo día, mientras los noticieros repetían su jugada una y otra vez, en su memoria tal vez volvía la misma pregunta que lo acompaña desde que era un niño: ¿dónde está su papá? Una pregunta sin respuesta.

Juan Fernando Quintero
En 1995 Jaime Enrique Quintero, el papá de JuenFer, fue hasta la Brigada del Ejército para solucionar su situación militar y ese día desapareció.

La historia de Juan Fernando Quintero no comenzó en la cancha, sino en una ausencia. Tenía apenas dos años cuando su papá, Jaime Enrique Quintero, desapareció en circunstancias nunca aclaradas. Era marzo de 1995. Jaime se presentó en el Ejército Nacional buscando resolver el trámite de la libreta militar, paso obligatorio para conseguir un empleo. Nunca volvió a su casa. La orden de traslado hacia Medellín se convirtió en el último registro oficial de su existencia. Desde entonces, el silencio.

La madre quedó sola con un niño pequeño y con una vida rota antes de haber comenzado del todo. En Medellín, el pequeño Juanfer fue creciendo con la sensación de un vacío que se volvía costumbre. Aprendió pronto que en su casa había silencios que no se podían llenar con palabras. Su escape fue la pelota.

En el barrio, el fútbol era el punto de encuentro. Allí conoció a James Rodríguez, un año y medio menor, con quien compartió horas de PlayStation y canchas polvorientas. Ambos zurdos, ambos soñando con vestir la camiseta amarilla. Pero mientras James crecía en un hogar ordenado, Juanfer en un hogar golpeado por la ausencia que tantas veces le hizo falta. A veces estaba su madre; otras, no. La vida lo obligaba a crecer con más turbulencia.

Esa diferencia marcó sus caminos. El talento de Quintero era indiscutible, pero a menudo se ausentaba de entrenamientos, no siempre llevaba una disciplina férrea y se dejaba seducir por la música y la noche. Su carrera, como su vida, fue un vaivén: explosiones de genialidad seguidas por pausas desconcertantes.

Al igual que James, debutó en el Envigado, una cantera de formar grandes jugadores. Luego, en 2012, llegó al Nacional donde con su zurda se hizo figura y empezaron los llamados de exterior. El Pesacara de Italia, grande en la B, fue el primero en comprar sus goles, luego el Porto, donde James y Falcao marcaron historia. Sus goles también han estado en Medellín, River Plate y en Racing.

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La mamá de Juan Fernando Quintero se convirtió en el motor del niño, el adolescente y el joven que encontró en el fútbol su refugio.

Hoy, en el césped del Monumental de Núñez, donde vuelve a defender la camiseta de River Plate, el colombiano es celebrado por su visión y su zurda impredecible. Antes de llegar allí, lo hizo en el América de Cali, adonde llegó como una promesa cumplida para la hinchada. Y en cada paso, la memoria de su padre se asoma como una sombra silenciosa.

Han pasado casi treinta años desde la desaparición de Jaime Quintero y aún no hay respuestas. Cada vez que el tema resurge —como ocurrió cuando Eduardo Zapateiro, el oficial que firmó el traslado de su padre, fue ascendido en el Ejército—, la herida vuelve a abrirse.

La ausencia se convirtió en su compañero de vida. Lo formó tanto como la pelota. En cada pase milimétrico, en cada gambeta, hay algo de ese niño que jugaba en las calles de Medellín tratando de llenar con fútbol el espacio vacío que dejó un padre.

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El fútbol le dio lo que la vida le negó: una manera de ser visto, de ser reconocido, de dejar huella. Sin embargo, ni la gloria de los estadios ni los aplausos multitudinarios han logrado darle lo único que todavía espera: la verdad sobre su padre. En la cancha, Quintero siempre busca al compañero mejor posicionado.

En la vida, sigue esperando que alguien le devuelva ese pase perdido en marzo de 1995, cuando su papá desapareció en medio de la violencia y del silencio. Hasta entonces, seguirá jugando con la certeza de que cada gol, cada pase y cada aplauso llevan también el nombre de Jaime Enrique Quintero, el hombre al que nunca pudo conocer, pero que nunca ha dejado de estar presente en cada celebración.

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