En septiembre de 2025, el mapa vial de Bogotá cambiará de manera abrupta. Dos estructuras que por décadas se levantaron como símbolos del tráfico pesado y del caos capitalino desaparecerán del horizonte urbano: el puente de la calle 13 con carrera 50 y el de la avenida de Las Américas con carrera 50. Su demolición marcará el inicio de una de las transformaciones más ambiciosas de la movilidad en el occidente de la ciudad, y también abrirá la puerta a semanas, quizás meses, de incertidumbre para quienes transitan a diario por ese sector.
Los dos puentes no son simples pasos elevados. Son piezas que han sostenido, como una especie de columna vertebral, el flujo de vehículos que conecta el centro con el occidente. Por allí cruzan diariamente miles de carros particulares, buses de servicio público, motos y camiones que llegan desde municipios cercanos como Mosquera y Madrid, o que intentan salir de Bogotá hacia la sabana. Demolerlos significa intervenir uno de los puntos neurálgicos de la capital: un cruce en el que convergen la calle 13, la carrera 50, la avenida de Las Américas y la calle 6.
El Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) ya tiene listo el plan. Aún no hay una fecha exacta, pero se sabe que será entre septiembre y octubre de este 2025, cuando las estructuras de concreto caigan bajo una implosión controlada. La magnitud del operativo obligará a un despliegue conjunto de varias entidades distritales, desde la Secretaría de Movilidad hasta los organismos de seguridad y las empresas de servicios públicos. En paralelo, se alista un plan de manejo de tráfico que intente evitar lo que parece inevitable: un caos monumental en Puente Aranda y las localidades vecinas.
La decisión no surge de un capricho ni de un cálculo improvisado. El Distrito asegura que la demolición es necesaria para dar paso a un nuevo complejo vial que promete revolucionar la movilidad en la zona. La obra contempla una vía con diez carriles: ocho de tráfico mixto y dos exclusivos para TransMilenio. A esto se sumará la construcción de catorce estaciones, una estación cabecera y un patio-taller para los buses articulados, consolidando el occidente como un corredor clave del sistema de transporte masivo.
En el lugar donde hoy se levantan los puentes, la ciudad verá nacer una glorieta que articulará de manera más fluida los cuatro ejes viales que se cruzan en el sector. La idea es que esa rotonda sirva como punto de conexión entre la carrera 50, la calle 13, la avenida de Las Américas y la calle 6, facilitando la circulación de vehículos sin depender de las viejas estructuras que, con el paso de los años, se convirtieron más en un cuello de botella que en una solución de movilidad.
El terreno destinado a la obra está dividido en siete lotes que se extienden desde el río Bogotá hasta la carrera 50. Esa extensión permitirá no solo la construcción de la glorieta y la nueva vía, sino también la adecuación de espacios técnicos y de soporte para el funcionamiento de TransMilenio. El proyecto, que hace parte del plan de expansión del sistema hacia el occidente, busca responder a la creciente demanda de transporte en una ciudad que ya supera los ocho millones de habitantes.
Pero más allá de las cifras y los planos, la transformación tendrá un impacto directo en la vida cotidiana de miles de personas. En Puente Aranda, Kennedy y Fontibón —localidades que suman más de 260 mil habitantes—, la demolición y posterior construcción significarán meses de desvíos, trancones y ajustes en las rutas de transporte público. Al mismo tiempo, en municipios vecinos como Mosquera y Madrid, donde buena parte de la población depende de la conexión con Bogotá para trabajar o estudiar, la expectativa está puesta en la promesa de que los tiempos de desplazamiento mejorarán cuando la obra esté terminada.
El cronograma de la intervención también contempla un periodo de transición complejo. Una vez aprobado el plan de manejo de tráfico, el contratista tendrá un mes para preparar la implosión. Durante ese tiempo se harán cierres parciales, desvíos y reubicación de rutas, mientras se terminan de coordinar los detalles logísticos. Cuando llegue el día de la demolición, se espera que las dos estructuras caigan de manera controlada en cuestión de segundos. Sin embargo, la recuperación de la zona y el inicio de las nuevas obras tardarán mucho más.
El impacto de esta decisión también se mide en términos simbólicos. Para muchos bogotanos, los puentes de la carrera 50 son parte del paisaje urbano desde hace décadas. Testigos silenciosos del crecimiento desordenado de la ciudad, de la llegada del transporte masivo, de la expansión hacia el occidente. Verlos desaparecer será como cerrar un capítulo en la historia de la movilidad capitalina.
El Distrito insiste en que el esfuerzo vale la pena. La promesa es una infraestructura moderna que descongestione una de las entradas más caóticas de Bogotá y que ofrezca alternativas reales de movilidad. No solo se trata de ampliar la capacidad vehicular, sino de integrar de manera más eficiente al sistema de transporte masivo con las necesidades de los habitantes.
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