Los 3 criminales más peligrosos con los que Petro está negociando la paz de Medellín

Condenados por crímenes graves, los alias Douglas, Tom y Pesebre, junto a otros más, hoy son protagonistas en el proceso de paz urbana liderado por el Gobierno

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junio 23, 2025
Los 3 criminales más peligrosos con los que Petro está negociando la paz de Medellín

Desde los pasillos de la cárcel de Itagüí, entre barrotes, condenas y expedientes, se gesta un proceso que podría cambiar el rumbo del crimen urbano en Medellín. Allí, donde el eco de la violencia parece haberse instalado como un huésped permanente, el gobierno de Gustavo Petro ha decidido tender puentes con quienes, durante décadas, han manejado los hilos del hampa en la capital antioqueña. En el marco de la llamada “paz urbana” —una fracción de la Paz Total— al menos nueve jefes criminales se han sentado a conversar con el Estado. Pero hay tres nombres que sobresalen, no solo por su prontuario, sino por el peso específico que aún cargan en las calles: alias Tom, alias Douglas y alias Carlos Pesebre.

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Cada uno representa una era, una estrategia, una red de poder distinta. Pero los tres tienen en común una cosa: fueron, o son, piezas fundamentales en la compleja maquinaria que ha permitido que Medellín conviva con el crimen organizado. Y hoy, con condenas a cuestas, son actores centrales en una negociación que intenta desmontar esas estructuras con palabras en vez de balas, negociación que ha levantado polvareda y críticas desde diferentes sectores.

El primero es Tom, un nombre que resuena como una leyenda oscura en las comunas del Valle de Aburrá. Comenzó su camino en el municipio de Bello, donde a los 21 años ya lideraba su propia banda: “Los amigos de mi barrio”. La violencia era su lenguaje natural. Su ascenso fue meteórico. Don Berna lo recomendó a Kiko Moncada, socio de Pablo Escobar, y así Tom entró al engranaje de la Oficina de Envigado, aquella entidad criminal que Escobar fundó como una suerte de “fiscalía narca” para cobrar deudas y controlar el negocio del narcotráfico en Medellín.

Con la caída de Escobar y la posterior extradición de Don Berna en 2008, Tom quedó al mando de lo que quedaba de esa vieja estructura. Su estilo fue crudo, despiadado. En 2012, una masacre de 10 personas en una finca de Envigado selló su control absoluto. Ya no había oposición interna. En las calles, la palabra de Tom era ley.

Durante años se mantuvo invisible. Era intocable. Pero en 2017, durante su fiesta de cumpleaños número 50 en una finca del Peñol, bajó la guardia. Grupos vallenatos, mujeres y licor marcaron la celebración. La inteligencia policial ya lo tenía cerca. Una llamada interceptada selló su destino. Lo capturaron junto a Popeye y otros hombres armados. Le encontraron 14 mil dólares en efectivo. Estados Unidos le había puesto precio: dos millones de dólares. Hoy cumple una condena de 16 años, estuvo en La Picota de Bogotá y ahora está en la cárcel de Itagüí. A pesar de estar tras las rejas, su poder no ha menguado. Es una ficha clave en la mesa de negociación con el gobierno Petro.

Junto a él, aunque en otro patio, está alias Douglas, quien heredó parte del andamiaje criminal de Don Berna y Rogelio, y que también encontró en las cárceles un lugar desde donde seguir dirigiendo. Su nombre real es José Leonardo Muñoz Martínez, y es, oficialmente, el vocero principal de las llamadas Estructuras Armadas Organizadas de Crimen de Alto Impacto en Medellín y el Valle de Aburrá. Su nombramiento fue autorizado por el propio presidente Petro.

Douglas está pagando una condena de 32 años por secuestro extorsivo y concierto para delinquir. Fue capturado en 2008 en un apartamento de lujo en El Poblado. Se le incautaron armas, proveedores y municiones. Lo responsabilizan de incontables muertes y de haber sembrado el terror en barrios enteros. Se dice que muchas familias huyeron de sus casas por amenazas directas de sus hombres.

Pero Douglas es algo más que un criminal. Su influencia sigue viva, particularmente sobre estructuras como La Terraza, una de las más antiguas de la ciudad. En las comunas, su nombre todavía impone respeto. Por eso, aunque esté encerrado, su presencia en el proceso de paz tiene un peso simbólico y operativo.

El tercero, y quizá el más temido hoy, es Carlos Pesebre, cuyo verdadero nombre es Freyner Ramírez García. Su carrera criminal se remonta a principios de los años 90. Nació en el barrio El Pesebre, de ahí su alias, y desde muy joven se vinculó a las Autodefensas Unidas de Colombia. En la Operación Orión de 2002, participó como guía para las fuerzas armadas, señalando casas y objetivos en la Comuna 13, donde se desató una de las operaciones más violentas en la historia reciente de Medellín. Más de 600 víctimas: asesinatos, desapariciones, torturas. Ese operativo fue su plataforma de ascenso.

A partir de entonces, se consolidó como un actor central del crimen organizado. Fundó el grupo de los “Pesebreros” y se articuló a la Oficina de Envigado. Dominaba con mano dura varias comunas, pactaba con los Urabeños, manejaba rutas del narcotráfico, controlaba el microtráfico y dictaba sentencias de muerte. Su caída llegó en 2013, cuando fue capturado en una finca en Urrao, donde vivía como un patrón intocable.

Su historial es denso: narcotráfico, extorsión, concierto para delinquir, uso de menores para delinquir. Fue condenado primero a nueve años, pero una sentencia posterior lo condenó a 36 más por el asesinato de uno de sus lugartenientes: el Meca. La Corte Suprema ratificó ese fallo este mismo año. Sin embargo, como Tom y Douglas, sigue moviendo hilos desde la cárcel.

Pese a su pasado de plomo, estos tres hombres hoy son vistos por el gobierno como interlocutores indispensables en un proceso inédito. Ya no con pistolas, sino con resoluciones oficiales, participan en conversaciones que buscan desactivar el conflicto urbano en Medellín. Ninguno ha recibido beneficios judiciales, ni se han modificado sus condenas. Pero sus voces, paradójicamente, son claves para imaginar una ciudad distinta.

El riesgo, sin embargo, es alto. No se trata solo de que estos diálogos generen polémica. Se trata también de cuánto control real conservan sobre sus estructuras. Y si esa autoridad servirá para transformar la lógica del crimen o simplemente para maquillarla con discursos de paz.

Lo cierto es que Medellín, una ciudad que ha aprendido a convivir con las sombras, ahora observa con escepticismo y esperanza cómo algunos de sus jefes más temidos intentan escribir un nuevo capítulo. No desde la clandestinidad, sino desde mesas de negociación. Y no con amenazas, sino con palabras. Aunque el eco de sus crímenes aún retumbe en muchas esquinas.

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