¿A qué se refiere exactamente la señora Francia Márquez cuando afirma, sin titubeos, que “no me dejaron gobernar”? ¿Quién le dijo que la vicepresidencia es un cargo de cogobierno? ¿Acaso confundió su rol constitucional con el del presidente? ¿O será que la chequera del Ministerio de la Igualdad le pareció insuficiente y también quería manejar la chequera de la Nación?
Llama la atención cómo, después de haber sido una de las grandes beneficiarias del proyecto de cambio, hoy aparece como voz crítica y dolida. Pero más que una postura ética, lo que se asoma es la típica jugada de la ambición herida: esa que no soporta los límites, ni las funciones específicas, ni el lugar que el pueblo le confirió en las urnas.
Francia no fue elegida para gobernar: fue elegida para acompañar. El gobierno era uno, con una sola cabeza. Pero ella, desde el principio, pareció incómoda con eso. Quería más: más poder, más cámara, más presupuesto, más cuotas. La igualdad era un discurso, pero el ego una obsesión.
Su frase, tan cargada de victimismo, suena menos a denuncia y más a berrinche. Porque gobernar, señora Márquez, no es figurar. No es repartir contratos familiares. No es gestionar con lente oscuro y tono altivo. Gobernar es responder, construir, sostener. Y eso, con una chequera o sin ella, jamás se vio.
Quizá por eso hoy no hay que preguntarse si la dejaron gobernar. La verdadera pregunta es: ¿para qué quería gobernar? Hay que dejar claro que si ella gobernaba sería porque el presidente ya no lo fuera, así de sencillo, así de grave.
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