Los dueños de las 3 empresas que más arroz venden en Colombia

Tres familias y 50 años de historia pelean por llenar la mesa de los colombianos con arroz: Murra, Roa y ahora los Aponte, dominan un mercado que vende billones

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julio 14, 2025
Los dueños de las 3 empresas que más arroz venden en Colombia

Desde las llanuras calientes del Tolima hasta los verdes valles del Huila y los extensos cultivos de Casanare, el arroz en Colombia cuenta historia de familias, de migrantes, de apuestas silenciosas que hoy se traducen en miles de millones de pesos y toneladas de grano que llegan a casi todos las mesas del país. En la historia arrocera de Colombia sobresalen tres apellidos: Murra, Roa y Manrique, dueños de los principales molinos y de marcas que dominan el mercado.

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En el puesto 61 de las empresas más grandes de Colombia, con ventas que en 2024 alcanzaron los 2,4 billones de pesos, está Arroz Diana, la compañía arrocera que más vende en el país. Su historia se remonta a 1964, cuando Alfredo Murra Ganem, un inmigrante del Medio Oriente, llegó al Espinal, Tolima, y fundó el Molino Murra. Al principio su negocio era sencillo: vender arroz al por mayor a clientes en Bogotá. Pero en 1982, con visión de mercado y frente a los cambios del consumo, decidió empacar el producto con su propia marca y así nació Arroz Diana, que desde entonces no ha dejado de crecer.

Alfredo dirigió la empresa durante décadas, pero en 2005 dejó el timón a su hijo Jaime Adolfo Murra, quien había aprendido el oficio desde los años 90 y, tras formarse y trabajar unos años en Estados Unidos, regresó a fortalecer el negocio familiar. Bajo su mando, Arroz Diana no solo inauguró una segunda planta en Yopal, sino que además reforzó su presencia en las pequeñas tiendas de barrio, llegando a más de 90.000 clientes, una estrategia que la mayoría de sus competidores había abandonado.

Pero los Murra no solo se quedaron ahí. En 2010 empezaron a diversificar su portafolio con aceite de palma bajo la marca Rica Palma, seguido por Aceite Diana y Búcaro, y luego margarinas vegetales y bebidas. Hoy el Grupo Diana cuenta con siete plantas repartidas en Espinal, Saldaña, Lérida, Venadillo, Ibagué, Doima y Mariquita, esta última donde también producen Gaseosa Glacial. Incluso han incursionado en el sector inmobiliario a través de centros comerciales y edificios de oficinas.

Pero el gran golpe estratégico llegó en 2013, cuando Jaime Murra adquirió en dos etapas la empresa Alimentos Caribe, fundada en Medellín medio siglo atrás. Esta compra incluyó marcas fuertes como Castellano, y le permitió al Grupo Diana superar a su mayor competidor histórico: la Organización Roa.

Los migrantes que mandaron en el mercado con Roa por muchos años

Roa ocupa hoy el segundo lugar entre las arroceras del país, con ventas de 1,7 billones de pesos y ganancias por 3.000 millones en 2024. La compañía está en la posición 115 entre las más grandes de Colombia. Su historia también es de familia. En 1968, los hermanos Rafael Vicente, Ramón Hernando y Aníbal Roa Villamil —herederos del gusto agrícola de su padre, un cultivador de caña en Viotá— fundaron en Neiva la sociedad Rafael V. Roa V. Hermanos y apostaron por el arroz tras probar suerte con el café.

A lo largo de los años, Aníbal Roa se convirtió en el principal artífice de la expansión del grupo, comprando las participaciones de los herederos de sus hermanos fallecidos y consolidando a su familia como los únicos propietarios de una compañía que procesa casi un tercio de la producción nacional. Hoy controlan nueve molinos en Tolima, Casanare, Meta y Huila, y sus marcas más conocidas —Roa, Florhuila y Doña Pepa— están presentes en la mayoría de los supermercados. En su estrategia de diversificación, también han regresado al negocio del café y han incluido atún en su portafolio.

Detrás de ese éxito también hay cicatrices. La violencia les tocó de cerca: el hijo de Aníbal fue secuestrado por las FARC a finales de 1998 y liberado tras casi tres meses; su esposa, Clara Inés Solano, también sufrió el secuestro y asesinato de sus padres. Pese a ello, ella lidera hoy una fundación para familias vulnerables en el Huila, mientras la empresa sigue apoyando a más de 5.000 cultivadores, a quienes proporciona insumos, financiación y asistencia técnica para garantizar calidad desde la semilla.

Los pequeños arroceros que se volvieron grandes con arroz Sonora

A un ritmo más discreto, pero no menos decidido, Arrocera Sonora, fundada en 1978 por los hermanos Guillermo y José Hilario Manrique, se ha abierto un espacio en el competitivo mercado. En 1987, el Grupo Aponte, propiedad del ganadero Adolfo Aponte Acuña, adquirió una pequeña participación en la empresa y, en 1993, la compró por completo. Desde entonces han invertido sostenidamente en tecnología y expansión: en 2003 tomaron en arriendo las instalaciones del molino La María, en Saldaña, y tres años después lo compraron definitivamente.

En 2014 inauguraron una moderna planta de procesamiento en Casanare y, en 2016, adquirieron Arroz Excelso Pinillas, una marca tradicional de la costa atlántica. Luego, en 2020, sumaron a su portafolio las marcas Alcaraván, Bonguero y Valle Grande. Hoy, Sonora vende cerca de 850.000 millones de pesos al año y obtiene utilidades superiores a los 9.000 millones, ubicándose como uno de los jugadores medianos con más proyección.

Aunque 2024 fue un año difícil para la industria, con caídas en las utilidades —Arroz Diana, por ejemplo, reportó pérdidas de 18.000 millones pese a su liderazgo en ventas—, el sector sigue mostrando su fortaleza. Las familias Murra, Roa y Manrique han sabido mantener el negocio no solo como una fuente de riqueza sino como un legado, un símbolo de persistencia y de adaptación a los cambios del mercado.

En los anaqueles de cualquier tienda o supermercado, las bolsas blancas, azules o verdes con las marcas Diana, Roa, Castellano, Florhuila, Doña Pepa o Sonora parecen iguales para los consumidores. Pero detrás de cada una hay décadas de historia, decisiones difíciles, sucesiones familiares, secuestros, muertes y una competencia feroz que no se libra con alardes públicos, sino con silenciosos movimientos empresariales que han ido definiendo quién pone el arroz en la mesa de los colombianos.

Hoy, mientras los molinos rugen desde las tierras calientes de Tolima y Huila, los herederos de estas familias siguen afinando estrategias, diversificando productos y cuidando con recelo el negocio que construyeron sus padres y abuelos. En el negocio del arroz, cada grano cuenta.

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