Jeff Bezos, el hombre que conquistó el mundo desde un garaje con Amazon, quiso hacer lo mismo con Venecia. Esta semana, el magnate estadounidense aterrizó en la ciudad de los canales junto a su prometida, la periodista Lauren Sánchez, para celebrar una boda que prometía ser tan impresionante como exclusiva. Pero no contaba con que los venecianos están cansados de ser espectadores silenciosos del despojo turístico que transforma su hogar en un parque temático para multimillonarios.
Desde hacía semanas, los rumores sobre una boda de ensueño que duraría tres días en algunas de las locaciones más históricas de Venecia venían irritando a los habitantes. Las alarmas se encendieron cuando se supo que la ceremonia principal tendría lugar en la Scuola Grande della Misericordia, un majestuoso edificio renacentista del siglo XVI, y que la fiesta incluiría escenarios como la isla de San Giorgio y la playa del Lido. De inmediato aparecieron carteles en los canales con mensajes como “No Space for Bezos” y pancartas que rebautizaban la ciudad como Venicelandia, un patio de recreo para oligarcas.
La pareja llegó el miércoles 25 de junio en una embarcación de lujo que los llevó directamente al hotel que habían alquilado por completo para su estadía. Ningún huésped más fue admitido: todos fueron reubicados para garantizarles privacidad absoluta. En las listas de invitados circulaban nombres como Ivanka Trump, Elon Musk, Kim Kardashian y Leonardo DiCaprio. Se calcula que unos 95 aviones privados aterrizaron en el aeropuerto Marco Polo para transportar a las estrellas.
Jeff Bezos quiso adueñarse de Venecia, pero los venecianos dijeron “no”
Pero el espectáculo no salió del todo como Bezos lo había planeado. Las protestas no se hicieron esperar y la presión ciudadana obligó a mover la ceremonia y el banquete fuera del centro histórico. Fue una pequeña victoria para los activistas locales, que denunciaban el uso y abuso de una ciudad ya colapsada por el turismo de lujo. En lugar de ocupar los salones renacentistas del Cannaregio, los organizadores trasladaron el evento al Arsenale, un complejo de antiguos astilleros del siglo XIV, rodeado de agua y protegido por murallas, ideal para evitar filtraciones indeseadas.
El nuevo lugar no solo garantiza más seguridad para los ricos y famosos, sino que, irónicamente, los aísla aún más del alma de la ciudad. A pesar de las críticas, las autoridades locales no han dudado en defender el evento. Luca Zaia, presidente de la región del Véneto, restó importancia a las protestas y celebró los ingresos que podría generar la visita de los invitados VIP: se estima que los vuelos privados y el consumo del séquito dejarán hasta 48 millones de euros, unos 85 millones de dólare, en las arcas de negocios locales.
En el fondo, todo parece una batalla entre dos formas de ver el mundo: quienes aún creen que las ciudades deben pertenecer a sus habitantes y quienes piensan que todo, incluso el arte, la historia y las calles, tiene un precio si se paga lo suficiente. Esta vez, por un breve momento, Venecia resistió.
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