Cuando alguien pronuncia el nombre de Diomedes Díaz, no está hablando solo de un cantante. Diomedes se convirtió en una leyenda. No solo ha sido el más grande exponente del vallenato sino que logró convertir su nombre en mito. Murió hace poco más de 12 años, pero su voz sigue colándose por las ventanas abiertas de los buses, desde las licoreras de pueblo, en las serenatas improvisadas de madrugada. Y junto a esa voz, una pregunta que se quedó flotando en el aire: ¿quién heredaría su trono?
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La respuesta parecía obvia: alguno de sus hijos. El Cacique tuvo, según registros y rumores, al menos veintiún hijos reconocidos con más de diez mujeres distintas. Algunos con el mismo tono de piel y los ojos que chispeaban como los suyos, otros con esa son risa ladeada que parecía una firma. Varios, movidos por el peso y la seducción del apellido, decidieron ponerse frente a un micrófono. Y ahí empezó la verdadera batalla: la de intentar vivir a la sombra de un hombre que llenaba tarimas como quien llena una cantina en fiesta patronal.
Uno de ellos, Elder Dayan, nació en Fundación, Magdalena, en 1989, hijo de Rosmery Rodríguez. Desde niño jugaba a cantar, y a los 13 ya estaba grabando su primer disco. En 2006 lanzó Ya llego, con Miguel Avendaño en el acordeón. Sonó en ciertas regiones, pero el país vallenato todavía lo miraba como al “muchacho del Cacique” y no como a un artista hecho y derecho. Fue la muerte de su hermano, el Gran Martín Elías, en 2017, lo que cambió su destino. Elder recogió entonces los pedazos de ese duelo y se juntó con Rolando Ochoa, el acordeonero de Martín. De ahí salió El disco que me gusta, con canciones como Amantes, que supera los 130 millones de vistas en YouTube. Desde 2022 canta con Lucas Dangond, primo de Silvestre, y aunque es el que más cerca ha estado de rozar el pedestal de su padre, siempre hay un par de escalones que parecen inalcanzables.
Otro heredero de Diomedes es Rafael Santos, hijo de Patricia Acosta, prefirió un camino que mezclaba la música con la televisión. Ha actuado en novelas como Rafael Orozco: el ídolo, y en las producciones que recrearon la vida de su hermano Martín y de la fallecida Patricia Teherán. Su discografía incluye colaboraciones con Jorge Celedón y Rolando Ochoa, y hasta canciones que rescatan la voz póstuma de su padre. También fue uno de los más activos en las disputas legales para proteger la herencia del Cacique.
Rafael Santos Díaz ha sido el otro hijo de Diomedes que ha logrado cierto reconocimiento más por su nombre propio que por el apellido que carga encima. Varias de sus canciones han sonado en emisoras populares y han estado entre las más escuchadas por algunas temporadas en cantinas y rumbiaderos populares.
Diomedes Dionisio, hijo de Denis Aroca, nació en 1980 en Valledupar y comenzó su carrera junto a Rolando Ochoa. A los dos les tocó vivir un episodio que marcó sus vidas: en 1998, mientras viajaban en bus por el Tolima rumbo a una presentación, fueron secuestrados por el ELN. Semanas después fueron liberados, pero el miedo quedó ahí, como una cicatriz que no se ve. A lo largo de su trayectoria ha grabado discos como Mi vida real y Creyendo en lo nuestro, y más recientemente participó en el Festival Vallenato de 2023 con Las canciones de Luis Enrique. Su más reciente sencillo, Celoso con estilo, lo volvió a reunir con Rolando tras años sin grabar juntos.
Entre las hijas, Marialex Díaz, la mayor, decidió entrar a la música desde un rincón inesperado. Antes de cantar, leía cartas de tarot. En una de sus incursiones musicales, grabó Dedicada a mis cuatro muertos, un homenaje a familiares, entre ellos su padre y su hermano Martín. El público no fue indulgente: la criticaron por la letra, por la voz, por “no parecerse a su papá”. Ella, sin embargo, siguió en lo suyo, cantando y tirando cartas, como si no oyera los murmullos.
Y estaba Miguel Ángel Díaz, conocido como “El Ángel del Cacique”. Su historia fue distinta, marcada por la fragilidad de la salud. Nació en Bogotá en 1987, hijo de Yolanda Rincón, y desde pequeño vivió bajo el peso de una enfermedad: insuficiencia renal crónica. A los 22 años perdió ambos riñones y pasó tres años conectado a una máquina de diálisis, hasta que su madre le donó uno de los suyos. Por un tiempo pareció que la tormenta amainaba, pero en 2024 volvió a complicarse: el riñón trasplantado dejó de funcionar como antes. En cuestión de meses fue intubado cuatro veces, pasó semanas en la UCI, y a finales de ese año, le amputaron la pierna derecha.
El sábado 18 de enero de 2025, Rafael María Díaz confirmó la noticia que su familia temía: Miguel Ángel había muerto. Lo anunció con la voz quebrada, diciendo que su hermano había batallado hasta el final. Entre los recuerdos que dejó están sus canciones sencillas, muchas con temática cristiana, su alegría desbordada incluso en medio del dolor, y esa imagen de un hombre que cantaba no para buscar fama, sino para sentirse vivo.
La historia de estos hijos no es la historia de un fracaso. Es, más bien, la de una carrera contra un fantasma. Porque el fantasma del Cacique canta más fuerte que todos ellos juntos, y lo hace desde un lugar donde no hay errores ni críticas: la memoria popular. En cada parranda, en cada taxi, en cada borracho que entona Oye bonita, hay un pedazo de Diomedes. Y cuando alguno de sus hijos sube a un escenario, siempre hay alguien en el público que pide: “Cante una de su papá”. Esa es la condena y la bendición de llevar el apellido Díaz Maestre: tener que ganarse el aplauso no solo por lo que se es, sino por lo que se espera que uno sea. Elder, Rafael Santos, Dionisio, Marialex y Miguel Ángel intentaron, cada uno a su modo, recoger la corona de un rey que no tuvo sucesor. Pero, como ocurre con las leyendas, su reino sigue vacío, protegido por un eco que no se apaga.
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