Los otros rostros del atentado: ¿Quiénes acompañaron al joven que le disparó a Miguel Uribe?

Una amplia red criminal habría respaldado al menor que disparó contra Miguel Uribe. Cámaras del sector revelan al menos cinco cómplices y una logística precisa

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junio 12, 2025
Los otros rostros del atentado: ¿Quiénes acompañaron al joven que le disparó a Miguel Uribe?

Esa tarde del sábado 7 de junio parecía una más en Modelia, uno de esos barrios comerciales de Bogotá donde la rutina transcurre entre vitrinas de panaderías, el ruido del transporte y niños en los parques con balón en mano. Pero hacia las cinco y media, una ráfaga de disparos rompió con la normalidad del barrio.

Miguel Uribe Turbay, en plena campaña como precandidato, recibió tres disparos mientras hablaba ante medio centenar de personas. El agresor, un adolescente de apenas 15 años, salió corriendo, luego fue herido y luego capturado. Parecía el cierre rápido de una historia trágica. Pero no era tan simple. Lo que siguió fue el despliegue de una trama oculta, meticulosa, compartida.

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Durante días, las imágenes captadas por cámaras de seguridad fueron procesadas como piezas de un rompecabezas silencioso. Lo que se reveló fue algo mucho más grande que un acto solitario: una operación orquestada, calculada, en la que intervinieron al menos cinco personas más, dos vehículos, dos motocicletas y varios movimientos coreografiados para que el adolescente no estuviera nunca realmente solo. Así lo reveló en exclusiva Noticias Caracol. Una investigación de la Unidad Investigativa.

El joven llegó al barrio Modelia en moto. No la conducía él, sino otro hombre, aún no identificado. Eran las 3:32 de la tarde. Bajó de la moto, se quitó el casco y lo cambió por una gorra de color roja. Mientras hablaba con el conductor, sacó del bolsillo u celular y realizó una llamada. A unos metros, en la avenida del Ferrocarril, un automóvil plateado aguardaba, estático. A las 3:41, el joven se acercó al vehículo. Intercambió palabras con el conductor. Luego se alejó, otra vez con el teléfono en la oreja, como si confirmara algo. El carro arrancó y se perdió entre el tráfico del transitado sector.

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A esa misma hora, Miguel Uribe comenzaba su recorrido entre los locales comerciales del sector, estrechando manos, entregando volantes. La cotidianidad política, con sus rituales de siempre. Nadie imaginaba que apenas dos horas después, esa calle tranquila se transformaría en una escena de crimen.

A las 5:20, otra cámara captó al mismo carro gris, ahora moviéndose con lentitud por la misma avenida. Un minuto después, se detuvo en una esquina cercana al parque El Golfito. Miguel Uribe ya estaba allí, hablando ante la comunidad, rodeado de pancartas y teléfonos grabando. A las 5:22, la puerta del copiloto se abrió. Del carro descendió el adolescente. Ya no llevaba ni la gorra ni la chaqueta. Su apariencia había cambiado, quizás para no ser reconocido.

No caminaba solo. Un hombre de camiseta blanca, gafas oscuras y barba salió de la parte de atrás. Una mujer joven, de chaqueta negra y cartera clara, lo acompañaba. El adolescente avanzó con paso decidido, ellos dos lo seguían, unos metros atrás, como si cuidaran su sombra. La escena era extraña, demasiado sincronizada como para ser casual.

Mientras el carro se perdía por las calles del oriente bogotano, la pareja seguía tras el adolescente, sin apurarse. A las 5:26, él llegó al parque. Se camufló entre la gente, escaneó con la mirada, localizó a su objetivo. En cuestión de segundos, sacó el arma, disparó y huyó. La estampida fue inmediata. El caos se desató. Entre gritos, carreras y confusión, comenzó la persecución.

El tirador alcanzó a correr un par de cuadras, los escoltas de Miguel Uribe le dispararon en una pierna. Siguió corriendo, pero lo atraparon en una esquina. Eran las 5:30 cuando fue detenido. Algo inquietante ocurrió justo después. Un hombre con chaqueta clara, que había estado observando desde la acera, se lanzó hacia un restaurante cercano. Bajó la reja con brusquedad, dejando atrapados a clientes y empleados. Se encerró con ellos por unos segundos. Luego, como si nada, la volvió a subir y se alejó, caminando con calma hacia su motocicleta. En medio del caos que tenía a escasos dos metros subió a la moto y desapareció del sector. Nadie sabe quién es. Nadie sabe si se trataba de un testigo nervioso o de otro engranaje más dentro de la maquinaria.

Esa no fue la única presencia extraña. En otra esquina, a pocos metros del recorrido del atacante, otro motociclista se movía de un lado a otro con evidente inquietud. Miraba, giraba, volvía a avanzar. Su conducta llamó la atención de los investigadores. ¿Solo un curioso? ¿O parte de la cobertura externa para garantizar la fuga?

Las autoridades aún no han revelado la identidad de los cómplices. Pero cada video, cada rostro, cada vehículo registrado en las cámaras se convierte en una pieza más del operativo. No fue un acto impulsivo. Fue una secuencia perfectamente hilada. Desde la llegada a Modelia hasta la retirada silenciosa de los vehículos, pasando por los acompañantes, los posibles campaneros y los vigilantes en las motos, todo apunta a un plan mayor.

El rompecabezas aún no está completo, pero sus bordes ya muestran una imagen inquietante: la de una ciudad donde el crimen puede organizarse con precisión quirúrgica y donde los rostros del mal, muchas veces, se confunden entre la multitud.

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