Lleva el número 7 en su camiseta y es la estrella más rutilante de la selección Colombia que acaba de clasificar a su séptimo Mundial de Fútbol…
Es Luis Díaz. “Lucho”, lo llaman con aprecio sus compatriotas y sus compañeros en el Bayern Múnich. Cada vez que la bola pasa por sus pies los aficionados en la tribuna se ponen de pie para disfrutar su magia futbolística.
Ya sabe lo que es ser goleador de un torneo internacional de selecciones. En la penúltima edición de la Copa América compartió ese honor con Leonel Messi: cada uno convirtió cuatro goles. Y Con Messi, sin necesidad de guardar ya las proporciones, hace parte de la refinada nómina de los mejores del mundo.
Sin embargo, su origen no se remonta a ningún gran urbe o metrópolis donde las ligas más importantes del mundo suelen hacer sus más grandes fichajes.
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Su génesis está en la Península de La Guajira, en el extremo norte de Colombia. Un territorio tórrido que mira hacia el esplendoroso y donde la riqueza natural contrasta -como cruel paradoja- con la pobreza de sus pobladores, indígenas el 48 por ciento de ellos.

Su ascendiente está en la cresta del árbol genealógico de la comunidad wayuu. Se trata de nativos con vocación nómada que tienen permanentemente abierta la frontera con Venezuela y llegan con sus rancherías hasta el Lago de Maracaibo.
Su génesis indígena
Los wayuu conviven con el mar, pero carecen de agua potable. En 2023, 46 de sus niños murieron por desnutrición.
En aquellas tierras ardientes -signadas también por una violencia ancestral- tocó por primera una pelota de fútbol Lucho Díaz. Lo hizo con sus pies descalzos y jugando en improvisadas canchas con porterías armadas con ramas resecas.
En un caserío llamado Albania fue descubierto para el deporte cuando tenía 15 años. Jugaba entonces en el Club Deportivo Juventud, un improvisado equipo de la comarca. Impresionado por velocidad y capacidad como atacante, Eder Márquez, exfutbolista y entrenador, lo llevó a jugar en la categoría sub-20 nacional. Tenía 17 años cuando fue convocado a la selección Wayuu que representaría a Colombia en la Copa Latinoamericana de Pueblos Indígenas, disputada en Chile, donde fue calificado como el mejor extremo izquierdo de esas latitudes.
Lucho Lució con orgullo la camiseta wayuu, pero él dice que, aunque las raíces de sus mayores están en las rancherías, él es un poco más “sureño”. Su cuna se encuentra en el municipio guajiro de Barrancas.
Pero no son marcadas las diferencias entre esas dos latitudes. Allí, en un pasado reciente, que Colombia todavía se esfuerza por superar, los territorios estuvieron bajo el dominio de contrabandistas, traficantes de droga y también por bandas que agenciaban servicios criminales al mejor postor.
Un trance doloroso
Así, fue doloroso, pero no extraño, que su padre hubiese estado secuestrado en 2023 mientras él disputaba la fase final de la liga inglesa y era capaz de llevar su duelo con valentía.
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Solo una vez los severos árbitros británicos hicieron una excepción con él: no le mostraron la tarjeta amarilla, como lo contempla el reglamento, cuando después de anotar un gol se despojó de la camiseta roja del Liverpool para exhibir otra en la que clamaba, con grandes caracteres, por la liberación de su padre.
Su brillante carrera lo sacó del desierto y lo llevó al oasis del fútbol. Poco después de regresar de Chile fue incorporado al Atlético Barranquilla y luego al Junior, el equipo más importante del litoral atlántico del país y diez veces campeón de la Liga Nacional.
El Porto, de Portugal, donde fue goleador, fue su primer destino internacional. Cuando el Liverpool decidió ficharlo sus derechos deportivos ya valía 75 millones de euros (unos 80,4 millones de dólares).
La antología triste de la violencia
Con todo, “Lucho” nunca ha sentido como suyo el ambiente europeo. No hay en su personalidad un solo rasgo de lo que en el pasado sociólogos y antropólogos llamaban “la flema inglesa” o condición aria de los alemanes.
Su arraigo está en su natal Barrancas. Allí siguen viviendo sus padres, pese a lo ocurrido. Allí viven también sus mejores amigos, varios de ellos jóvenes a los que ha ayudado a buscar un mejor destino por medio de la educación.
Varias veces el crack, el estelar de la selección colombiana, ha dicho que su mayor deseo es que algún día Barrancas viva en plena paz y encuentre el camino de la prosperidad.
Y lo dice porque sabe que con la historia de su tierra es posible hacer una antología triste de la violencia. Una antología construida con relatos que viejos y jóvenes hacen de episodios sangrientos de la historia reciente de la región, a la que de manera tardía ha comenzado a llegar la justicia.
Uno de esos jóvenes coterráneos de Díaz es la periodista y escritora Diana López Zuleta. El padre de Diana se llamaba Luis López Peralta y tenía un bien ganado prestigio como folclorista. Fue concejal del pueblo y hombre crítico y beligerante. Un día denunció a través de una emisora radial que ‘Kiko’ Gómez, el político más poderoso de la región, incendió las oficinas de la alcaldía, en un desesperado trance de piromanía para borrar el rastro del saqueo al que sometió al erario durante su primer periodo como gobernante local, entre 1995 y 1997.
Los sicarios segaron su vida de varios disparos. Diana, entonces siete años, le hizo un seguimiento a todo lo que se publicaba sobre el crimen sobre las actividades del principal sospechoso del asesinato de su padre y no declinó en su búsqueda durante 20 años, cuando la justicia penal condenó a Gómez a 44 años de prisión.
Su Historia está narrada en su libro Lo que no borró el desierto, editado en Colombia por Planeta.
Los crímenes ya probados a Francisco Gómez -el poder y el terror en Barrancas- se sumaron a sus voluminosos sumarios e hicieron que la pena total subiera a 55 Gómez. Casi en todos ellos está vinculado también Marcos Figueroa o ‘Marquitos’, temible jefe de una banda que le reportaba a ‘Kiko’ Gómez. ‘Marquitos’, capturado tiempo después en Brasil.
Aparte de la muerte de Luis López, a la dupla Gómez-Figueroa la Justicia les atribuyó los asesinatos de la médica Yandra Brito, ocurrida el 28 de agosto de 2012. Ella también fue alcaldesa de Barrancas por el grupo político de Gómez, pero se negó a gobernar bajo los designios de éste.
En el libro Se creían Intocables (Planeta, 2021) el general Óscar Naranjo, exdirector de la Policía y exvicepresidente de la República de Colombia, narra que ante las presiones a las que vivía sometida la alcaldesa su esposo, Henry Ustariz, intervino para exigir respeto. Eso le costó la vida a Ustariz en abril de 2008. Hombre frío y sin escrúpulos, según lo describe el autor ‘Kiko’ Gómez se presentó en el funeral para ofrecer sus condolencias a la familia.
Yandra Brito, la viuda, le dijo a ese momento al menor de sus hijos, que en ese momento tenía siete años -la misma edad de Diana cuando perdió a su padre, que mirara bien a ese hombre, que no se olvidara jamás de su rostro, porque era él quien había dispuesto el asesinato de su papi. Tiempo después ella misma cayó bajo las balas de sicarios.
Las denuncias de la comunidad wayuu sobre su mala gestión y los desquiciamientos de ‘Kiko’, ya como gobernador, también fueron acalladas con violencia. Gómez y miembros de la organización criminal que le secundaba también fueron procesados por la muerte de Chachi Hernández Sierra, hija de la lideresa de los wayuu en Maicao, Francisca Sierra, conocida como ‘mama franca’.
Durante el funeral de su hija Chachi, ‘mamá franca’, de 76 años, gritó ente sollozos: “¡El gobernador mató a mi hija!”.
Ese pesado lastre de violencia que pesa sobre el pasado reciente de su pueblo es el que “Lucho” quiere ver desaparecer para siempre.
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