Cali es una ciudad de fiestas. Lo sabemos y lo repetimos: aquí todo se vuelve música, baile, bullicio y encuentro. Esa energía vital, que a algunos puede parecer excesiva o superficial, es también nuestra forma de estar juntos, de reconocernos como ciudad popular, alegre, llena de contenturas. Y, sin embargo, de vez en cuando, entre tanto carnaval, irrumpen expresiones culturales distintas, que nos sorprenden porque logran ser multitudinarias sin dejar de ser profundas y de juntarse con la fiesta que somos.
Ese ha sido el caso del XXI Festival de Literatura Oiga, Mire, Lea, realizado entre el 10 y el 14 de septiembre en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés. Quizás no conozcamos todos los antecedentes de esta iniciativa, pero lo cierto es que en esta edición el festival ha mostrado una fuerza renovada: ha sido muy diverso, amplio, masivo, capaz de convocar públicos de todas las edades y trayectorias. Personas que se acercan a la literatura desde su relación con el arte, con la cultura, con la memoria, con la vida misma.
El solo hecho de que la palabra escrita y oral, la narración y la poesía, logren atraer a miles en medio de una ciudad marcada por la prisa y la violencia cotidiana, ya es un signo de esperanza. Porque no se trata solo de libros y autores, sino de algo más profundo: la construcción de un lenguaje colectivo que nos permita reconocernos y recrearnos como sociedad. El lema del festival —Oiga, Mire, Lea— es mucho más que una invitación, es un imperativo cívico; necesitamos escucharnos, mirarnos y leernos, porque solo así descubrimos las texturas íntimas de nuestra vida social, los matices de nuestros barrios, las heridas y las alegrías de nuestro habitar.
En un país como Colombia, tan acostumbrado a tramitar las diferencias por vías violentas, abrir espacios para la palabra compartida es un acto político en el mejor sentido
Leer y escribir juntos nos saca de la rigidez de los formatos convencionales que perpetúan exclusiones e inequidades; nos invita a inventar formas nuevas de existencia, a ampliar las fronteras de lo posible. Una sociedad que se narra a sí misma con pluralidad está más cerca de reconciliar sus diferencias que aquella que se queda atrapada en el ruido de las armas y la repetición de los odios.
Por eso, más allá de la celebración puntual, el desafío es convertir estos festivales en procesos: que la experiencia del Oiga, Mire, Lea no se quede en los días de su programación, sino que se prolongue en las aulas, en las bibliotecas de barrio, en los parques, en las casas. Que la lectura se convierta en un hábito colectivo, en una ventana abierta hacia otros mundos, en un ejercicio cotidiano de dignidad y libertad. Hoy necesitamos menos enfrentamientos banales y más conversaciones profundas; menos circulación de armas y más circulación de libros; menos odio y más invención poética. La literatura no resolverá todos nuestros problemas, pero puede ayudarnos a mirarnos distinto, a humanizar la política, a cuidar la vida.
En tiempos de incertidumbre y violencia, vale la pena insistir: necesitamos más educación, más arte, más cultura, más literatura en todas sus formas. Oírnos, mirarnos y leernos puede ser la ruta para reencontrarnos como ciudad y como país.
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