Una obsesiva estudiosa del pasado es quien cuida los documentos más valiosos de la historia de Bogotá

Con lupa, guantes y de bata blanca Ana Suárez, preserva objetos del pasado en el Archivo de Bogotá, en el monumental edificio que diseñó Juan Pablo Ortiz

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agosto 30, 2025
Una obsesiva estudiosa del pasado es quien cuida los documentos más valiosos de la historia de Bogotá

Desde los pasillos del Colegio Colombo Gales, al norte de Bogotá, Ana Margarita Suárez Gutiérrez repetía siempre la misma idea: cuando terminara el bachillerato estudiaría medicina. Lo decía con la convicción que solo tienen los adolescentes que creen tener el futuro bajo control. Desde niña se imaginaba con bata blanca, recorriendo hospitales, sanando vidas. Pero la vida, caprichosa, tenía otros planes.

Se graduó en el año 2000. Ese mismo año, todo lo que había planeado se derrumbó. Se presentó a varias universidades para medicina y no pasó. Cuando por fin logró aprobar los exámenes de admisión en una institución privada, se topó con otra pared: sus padres no podían costear los estudios. Era un sueño que parecía alcanzable y, de repente, se volvió inalcanzable.

restauradora Ana Margarita Suárez Gutiérrez

El tiempo empezó a correr sin rumbo. Durante un año, Ana Margarita probó de todo para ocupar la mente y el bolsillo: dio clases de inglés a niños del vecindario, tradujo para un comerciante iraní que venía a las ferias de joyería de Bogotá, vendió postres en restaurantes de la Sabana, hizo tareas de arte por encargo y hasta cuidó niños en Panaca. Nada de eso estaba en sus planes, pero cada experiencia parecía empujarla hacia un lugar distinto.

El giro definitivo llegó de la manera más inesperada. Una profesora de medicina —amiga de su hermano mayor— le sugirió estudiar restauración, una carrera de la que apenas había oído hablar. En ese momento no lo consideró en serio, porque todavía soñaba con la medicina. Sin embargo, poco después un tío suyo, Luis Gutiérrez, le presentó a un amigo mexicano que cambiaría todo: Rodolfo Vallín Magaña, uno de los restauradores más importantes de América Latina, pionero en Colombia y maestro de generaciones.

La visita a su taller fue como abrir una puerta desconocida. Entre lienzos, pigmentos y pinceles, Ana Margarita descubrió un mundo que no sabía que existía, uno donde la ciencia se mezclaba con el arte para devolverle vida al pasado. Ese encuentro la convenció de que quizá el destino le estaba trazando un camino distinto.

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Ese mismo año decidió ingresar a la Universidad Externado para estudiar restauración. No fue fácil: la carrera era costosa, los materiales —en especial los óleos— estaban lejos del presupuesto familiar. Pero a fuerza de esfuerzo y disciplina, resistió cada semestre. Mientras algunos de sus compañeros se quejaban de los sacrificios, ella lo vivía como una segunda oportunidad.

En 2009, después de casi una década de aprendizajes, se graduó. Su primer trabajo fue en el Archivo General de la Nación, haciendo diagnósticos de documentos históricos. Allí entendió que su oficio no era tan distinto del que había soñado de niña: así como una médico sana cuerpos, ella ayudaba a sanar la memoria.

Hoy, cuando mira hacia atrás, sabe que la medicina nunca llegó, pero que la restauración le permitió cumplir otra misión: preservar lo que parecía condenado a perderse. Y quizás, en ese arte de devolver vida a lo dañado, encontró la mejor manera de ejercer su vocación de cuidar.

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