No fue un propósito explícito. Habiendo crecido en un mundo masculino de hermanos, amigos y colegas, el universo de las mujeres siempre me pareció confuso y sobrecogedor. Un universo en el que me sentí por años como un forastero que iba y venía sin saber muy bien por dónde entraba y por dónde salía. Hasta que nació mi hija. Sin duda ese fue el momento en el que decidí ir más allá y librar una batalla contra lo anecdótico y lo coyuntural que desde siempre había construido un cúmulo impreciso de nociones y prejuicios. Quise conocer más, y con algún detalle, sobre el sentir femenino: más allá de la devoción que siento por mi excepcional madre, y que muchas veces creí suficiente. Al fin y al cabo, de un momento a otro, mi vida empezó a ser rodeada de forma dramática —en el mejor sentido de tal acepción— por esta inmensa y continua presencia. Una desventaja numérica que me aventó hacia la decisión de leer más novelas, más crónicas, más ensayos y más cuentos escritos por mujeres.
No se trataba, lo sabía de antemano, de convertirme en uno de esos seres sospechosos que se hacen llamar “aliados” de las causas femeninas y que ofenden con su permanente tono de falsa conmiseración. Un hombre que actúa de esa manera algo esconde o algo pretende. No, quería saber más bien a qué me enfrentaría. Dejar atrás las concepciones pretéritas cuesta y supone una pugna personal que muchas veces conlleva el dolor de saberse equivocado y estúpido. Fue una aventura fascinante en la que hallé al menos una docena de autoras sorprendentes y reveladoras. Una vida narrada por la mirada de una mujer está atravesada por precisiones y sensibilidades que desconocía y había omitido a voluntad. Fui por cuarenta años un lector a medias.
Gracias a esos libros pude saber de la libertad incandescente que abrasa el alma de algunas de ellas, como sucede en los cuentos y novelas de Lucia Berlin o Elena Ferrante. También supe del aburrimiento perfecto y la imaginación ondulada que provocan las tediosas vidas en pareja, que muchas mujeres padecen en silencio, y que describen magistralmente Clarice Lispector y Chimamanda Ngozi. Entendí los juicios sociales y las pugnas íntimas del aborto y del duelo, por cuenta de obras adoloridas y maravillosas de Annie Ernaux y Rosa Montero. Fueron muchas revelaciones y encuentros inesperados. Pero quizás la obra más compleja y más estremecedora que pude leer fue La vegetariana, de Han Kang, donde la Nobel surcoreana convierte el sentir y el pensar femenino en acción narrativa pura, construyendo un universo enrevesado y generoso a partir del pasado, el deseo y las almas de dos hermanas. Uno de los mejores inicios que he leído en una novela; solo comparable en intensidad y belleza con su final.
Mientras escribo esto, un puñado de hombres están tratando de destruir al mundo
Mientras escribo esto, un puñado de hombres están tratando de destruir al mundo. Con sus egos brotados y sus juegos infantiles están poniendo en riesgo la frágil estabilidad que conocíamos. No les importa, dan por descontado que tienen la razón y el derecho de hacerlo. Afiebrados por el espectáculo que les proporcionan los espejos y su reflejo, cabalgan sobre las bestias de su propia incontinencia verbal mientras fabrican mentiras y realidades a conveniencia. A veces me pregunto qué sería de nuestro mundo si esos hombres no se sintieran tan poderosos y omniscientes, si entendieran su propia naturaleza peregrina y vulnerable. Si supieran que están acompañados por millones de mujeres: otras formas de pensar y de sentir, tan potentes como las que ellos creen tener en sus manos. Me cuesta imaginarlo y predecir un futuro cualquiera. No caeré en la fácil condescendencia. Por lo menos ahora sé que, al margen de tantos cretinos, miles de ellas se sientan a diario frente a una hoja blanca —como nunca antes había sucedido— e intentan erigir una realidad alternativa desde su erudición, su voluntad y su experiencia. El alba de su mundo predilecto. La sola imagen de estas escritoras, de oficio o de ocasión, nos dicta que no todo está perdido. El sosiego, la discreción y la esperanza también se pueden fugar de alguna historia contada hace tiempo por una mujer. Sin duda, me queda mucho y muchas por leer.
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