Ya es hora de que dejen de vender esa Paz Total que solo creen ingenuos

Colombia avanza hacia un abismo de odio y violencia fratricida, donde el diálogo se desvanece y la guerra civil se asoma como un destino inevitable

Por: Mauricio Restrepo Posada
abril 07, 2025
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Ya es hora de que dejen de vender esa Paz Total que solo creen ingenuos

Entonces qué, ¿nos vamos de guerra civil? Así parece cuando la mitad de la población se odia con la otra mitad; cuando la razón no aparece en nuestras discusiones; cuando somos incapaces de negociar a pesar de las diferencias; cuando las acciones de un bando son asimiladas por el otro como agresiones; y cuando nadie puede hacer nada por conciliar en la inmensa cantidad de conflictos que nos separan, es el nefasto momento en que la señora guerra empieza a asomar su nariz en cada punto del ámbito nacional.

Y con ella aparece otra figura, otra dama terrible, la muerte. No estoy hablando de la guerra diaria que hace décadas nos acompaña, ni de las frecuentes muertes que nuestras habituales disputas producen. Estoy hablando de una guerra grande, declarada, de esas que solo terminan con el exterminio del contrario. De esas que no respetan a nadie, en las que los niños y ancianos son declarados —como los demás ciudadanos— objetivos militares y no víctimas inocentes de esa guerra. Tal vez nos sentemos a hablar cuando los contrarios sintamos la dolorosa necesidad de negociar.

En Colombia tenemos cuatro grandes sectores enfrentándose: la ultraderecha (acompañada de paramilitares), ejércitos de delincuentes (bacrim), ejércitos de guerrilleros (que no entraron en procesos de paz) y la izquierda democrática que está ahora en el poder (sin ejército). Hay, claro está, otros grupos que no cito, pero que actúan a menor escala y/o que se asocian frecuentemente con los ejércitos irregulares. Paramilitares, bacrim y algunos grupos guerrilleros se nutren del narcotráfico, la explotación ilícita del oro, el secuestro y otros negocios ilegales. Y quieren continuar así. No están interesados en ninguna paz que les afecte sus negocios.

Últimamente, cuando miro hacia algún lado o cuando cierro los ojos, veo gente malencarada, antiguos amigos que ya no se saludan, vecinos que se odian, hermanos enemistados y colombianos que sin conocerse se detestan. Uno de cada dos es enemigo —como mínimo— de otro compatriota. Prendo el televisor y veo congresistas enfrentados a punto de irse a las manos. En la calle, manifestantes de un bando se enfrentan con los del otro parecer, otro pensar, y otro odiar. En el campo, grupos armados ilegales se enfrentan, pueblos y regiones están bajo el yugo de esos grupos y el estado se muestra incapaz de controlar todos los tipos de violencia a los que Colombia está enfrentada.

En ese camino hacia la guerra, los medios tienen un papel preponderante: avivar ese fuego sanguinario. Medios tradicionales financiados por el establecimiento y medios alternativos que surgen de la exclusión. Porque excluidos se sienten todos a los que algunos gobiernos tratan de terroristas por pensar diferente, por marchar, por querer un país más justo y más amable con todos.

Es esa la horrible tarea que muchos periodistas están cumpliendo al querer favorecer a una ideología del poder, del dominio y de la eliminación del contrario. En el desarrollo del conflicto aparecerán otros poderosos apoyando a uno u otro contendiente. No faltará un Trump que apoye nuestra guerra y que aumente aranceles para beneficiarse del suceso. Las iglesias pedirán condenas, y un expresidente pedirá la intervención de su gran amigo, los Estados Unidos de Norteamérica.

La ventaja —de momento— está en el hecho de que la mayoría anda sin armas, blancas o de fuego. Sus armas son las manos que escriben, la lengua que habla y el fuego en su mirada de odio. Pero, —así queramos que no suceda— nos vamos a terminar armando, por el triste argumento de la defensa personal, la familia, el honor y la propiedad. Terminaremos pensando y gritando que “las ideas se defienden con la vida”. Y terminaremos matándonos unos a otros. No pensaremos que ese que acabo de matar es un padre, como yo. Ni pensaremos en la madre a la que le acabamos de matar un hijo. Pensaremos que matar es bueno. Y nos alegraremos de matar.

Un hecho importante puede ser el detonador de nuestra guerra total: las elecciones de 2026. Si la izquierda vuelve a ganar, la ultraderecha atacará a todo lo que tenga el más mínimo asomo de ideas liberales, de cambio, de justicia social o de democracia. Acusarán de comunista, ateo y castrochavista a todo aquel que debata sus ideas. Y se les unirán dos grupos que los colombianos creen demócratas: el derechismo (los llamados “tibios” y los partidos que hoy ejercen “oposición democrática”) y el Ejército Nacional de Colombia, que de neutral nada tiene y posee un valor que gana guerras… las armas.

Ayer caí en cuenta de que tal vez yo esté equivocado y de que sí vamos a lograr la paz total. Pero hoy, al ver un noticiero de televisión, volví a mi cordura y me dije: Qué va, la paz total solo está en el ideario de algunos ingenuos, es un imaginario que se salió de mi mente. Por el momento, me voy armando de lo único que puedo armarme: valor para enfrentar este horrible futuro.

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